martes, 6 de octubre de 2009

Equipo

"...y uno entendía que la vida es más o menos un amor en equipo, que no existe por sí sola, qué es la vida si no hay dos voluntades enredadas y un dolor compartido..." "Alumbramiento." Andrés Neuman
Antes de que mi ex fuera mi ex, antes siquiera de que la posibilidad de querernos se esbozara, y, creo, la primera vez que nos hablamos con sobreentendidos, con ganas, con cierto brillo cómplice en los ojos; él se escapaba de clase en un recreo y yo le pedía que se quede, "hacelo por el equipo" le dije. Lo que no me imaginaba es que él no fuera a entender el distanciamiento irónico con el que yo pronunciaba "equipo". Antes de él, no me imaginaba parte de ninguna comunidad. Antes, sólo podía pronunciarlo como chiste, como parodia de otros que, pobres, no sabían lo que nosotros: estamos irremediablemente solos en este mundo.
Pero, un año después, ya nos amabamos. Ya eramos un equipo. Él ya me había confesado que aquel día yo le había parecido medio tonta; y yo, que él no tenía sentido del humor, ni sensibilidad para el sentido figurado. Dormíamos juntos casi todas la noches. Las que no, dolían. Y como hombres es lo que falta -y siempre faltó- en mi casa, no tenía ni una mísera remerita masculina para prestarle... y hacía tanto frío por el chiflete que entraba por el garage. Así fue como le cedí una de las dos remeras del uniforme de volley del colegio que siempre me quedaron algo grandes, y que no usaba hacía años. No se por qué, yo empecé a usar la otra, que era idéntica, que también tenía atrás el número trece, que también era verde y amarilla, y también tenía el escudito del San Marcos. Yo siempre lo burlaba diciéndole que eramos como esas parejitas que se amalgaman hasta parecerse tanto como un perro con su dueño. Porque había algo emocionante en ese ponernos la camiseta para dormir juntos. A veces, nos dormíamos agarrados de la mano. Ese gesto que parece insignificante pero que a mí me costó tanto poder hacer... y me reía... cómo me reía cuando, al principio, él quería entrelazar su mano con la mia. "¡¿Qué hacés?!" Y él se reía. Pero a esa altura él no se reía más y yo ya no estaba a la defensiva. Y dormíamos con la misma camiseta, porque, ahora sí, yo le explicaba, "somos del mismo equipo". Y él también se reía, pero distinto, con ternura. Y yo también me reía, pero distinto, reconociendo, contenta, aceptando que lo amaba. Y, antes de dormir, lo burlaba, diciéndole: "¡vamos equipo!"

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