sábado, 5 de diciembre de 2009

Crónicas nerd

Asistí a las Jornadas de Historia de la Crítica en puan. Es diciembre y las perspectivas de armar un texto orgánico me resultan agobiantes. Esto es todo lo que tuve voluntad de construir: - Viñas: La literatura soy yo Cierre perfecto para estas jornadas de teoría literaria, discurso sumamente narcisista y masturbatorio, de la que su ponencia gagá fue perfecto testimonio: un relato un tanto desordenado acerca de cómo era esta facultad en los años 40. Monjas, filósofos y prostitutas convivían en un barrio en el que David, a diferencia de Caballito, literalmente se "hallaba". Ponencia totalmente anecdótica y personal, confesional, en la que descalificó a todos sus profesores (sólo uno se salvó). El auditorio se reía con él del modo en el que se enseñaba literatura: claro, entre esa carrera que él cursó y la que nosotros cursamos hay una diferencia absoluta: diferencia instalada, seguramente, por la existencia misma de Viñas. Es él el Padre de nuestra carrera, la encarnación del canon. Y le rezamos eh: la solemnidad que rodeó su presencia instaba a persignarse al adentrarse en el aula 218, presencia anteriormente anunciada con veneración: "Viñas está viniendo", "ya llega Viñas", "Viñas ya está en el edificio". Mientras hablaba, un silencio más denso y persistente que el propio de una misa habitaba el aula. Fue su participación muy sintomática: a medida que las divas de la crítica envejecen, el borramiento del sujeto en sus intervenciones va apaciguándose, su figura va tomando protagonismo, hasta llegar a constituir el único elemento que sostiene su discurso: basta leer Cómo vivir juntos, Lo neutro y La preparación de la novela (Barthes) o asistir -en el marco de estas mismas jornadas- a la ponencia de Ludmer. - Si Viñas es papá, Ludmer es mamá: él, moderno por determinaciones temporales, habló de sí con la seriedad y las convicciones que sólo un viejo de 80 puede tener. Ella, en cambio, mucho más posmo se rió de cada una de las etapas que atravesó durante su vida académica, relativizando cada una de ellas, y, en definitiva, dejando entrever que si no hay una verdad de la crítica, la única certeza que queda es ella misma: la subjetividad lectora (privilegada, no cualquiera: ella que pudo leer de todas esas formas y reinventarse tanto como Madonna) como único valor y garantía crítica. - ¿Qué he hecho yo para merecer esto? Título de película almodovariana que me recuerda obviamente a mi madre. Supongo que uno utiliza como herramientas de supervivencia los recursos que le son conocidos, familiares: literalmente familiares para enfrentar la presencia de mi ex en las Jornadas. Yo interpreté el rol que no en vano mi madre practicó durante años tan convincentemente: la mujer despechada, la madre divorciada en juicio con su ex, que se escuda en sus hijos y los utiliza como armas de combate. Se lo advertí a mi ex apenas lo vi, y también a nuestro muy amigo en común, que pobre, temía ese primer encuentro de los tres. "Estamos en un congreso, de alguna forma me tengo que divertir. Si no trato de perturbar la mente de S., ¿Qué me queda?" Nos saludamos con mi ex y tuvimos una charla casi decente: ok., me hice cargo -como siempre- de la situación, y arme una conversación en la que lo hice reír con muestras de un manejo diestro del humor ácido... pero al menos no lo puteé ni lo ignoré. Un avance (?) Cuando me invitó a sentarme a su lado, de todos modos, le advertí: "Y no, darling, a menos que esté S. sentado entre nosotros cual hijo de padres separados que lo utilizan como medio para violentarse entre sí, prefiero tenerte bien lejos." S. llegó después, y el paso de comedia entonces también lo incluyó a él. Pero no duró mucho, porque rápidamente lo convencí de ratearnos y tomar uno de esos cafés en los que uno se pone al día. Volví ya sin él, pero con una conocida que me resultó muy simpática y me sirvió de escudo protector. F. estaba ahí, horrorosamente adaptado a la academia, chupando medias y pareciéndome más chico, más indefenso y, supongo, menos respetable. Fue raro cuando el paso del tiempo se encarnó tan claramente: escuchando a Viñas sucedió lo que muchas veces me sucede: la aparición instantánea y no meditada de las ganas de compartir ese momento con mi ex, cosas que sólo con él compartía de cierto modo. Y simultáneamente al surgimiento de ese recurrente sentir, apareció la extrañeza de verlo, de que realmente estuviera presente en el momento de desearlo ahí. Pero, claro, él no era ese mismo que anhelo: de ese otro F. con el que compartía tantas cosas de mi vida ya no queda más que la posibilidad de su aparición física. Y sabemos que eso es muy poco. Y se quedó al brindis final, que asco. En un momento de la presentación del libro de Vitagliano, Blanco y Estrín, citaron a Rosa: "que exista la suficiente distancia como para que se produzca el encuentro". Me gustó mucho la idea de la distancia como condición de posibilidad del "estar con". Encontrarse con alguien no sería abolir la distancia con ese otro, sino que ésta sea la adecuada: la necesaria y completamente particular entre dos (o más) personas. Por ahora, la que hay entre mi ex y yo para que -tan paupérrimamente- nos encontremos -y no nos asesinemos- debe ser la del saludo seco, la ironía un tanto agresiva, y la convivencia a la distancia en un mismo recinto. Y no debería ser triste, no. Si toda convivencia implica una lejanía, bueno, es un mero tecnicismo su medida exacta ¿no? ¿no?

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