martes, 2 de marzo de 2010

Breakthrough

Me tranquiliza, por un lado, que el psiquiatra de mi padre tenga en su biblioteca un ejemplar de El Anti-Edipo de Deleuze y Guattari. Me intranquiliza, por otro lado, que parezca aún más desquiciado que mi padre: gajes del oficio, I guess. Como el detective que descubre al asesino porque es el único que sabe realmente ponerse en su lugar, pensar o identificarse con él. Duda: ¿la música clásica ha quedado únicamente restringida a las salas de espera? Por mi parte, no puedo sino asociarla - al menos a la radio Amadeus- a esos recintos. Quizás por eso me perturba un tanto. Demasiados años de escucharla con la función de tapar conversaciones ajenas con psicólogos o psiquiatras. Debe ser. De a poco, creo, me voy depurando de presupuestos positivistas y ya no espero cambiar para mejor. Ni progreso, ni superación. En cambio, mirando hoy la germinación de lentejas que hice en un intento de crear vida para salir del bajón, noto cómo si bien de un lado hay un par que crecieron bastante, también hay muchos brotes que se llenaron de hongos. Y siempre me va a costar todo, especialmente habiendo crecido con padres tan depresivos y desquiciados. Y aunque resista, aunque de las cuatro hermanas sea la única que se negó a tomar antidepresivos durante la adolescencia, aunque tache todos los ítems que componen mis frecuentes listas de asuntos pendientes o to do lists, siempre será un proceso, siempre habrá peros válidos, y siempre existirá una agonía y una lucha interna. Pero, supongo, siempre habrá también algo brotando y algo pudriéndose. Simultáneamente.

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