Los calamares en mi estómago no me dejan pensar.
Después de un viernes de llantos hormonales imposibles de frenar y pseudo estrés post traumático por un jueves de runaway y fitness simultáneo (o sea: que unos chorros me corrieran por una cuadra hasta encontrar refugio en una apática pero poblada estación de servicio), un sábado de Dona Sangre y no-me-desmayé-por-un-pelito pero le tuve que decir a la enfermera la palabra clave/segura y que pare, deje de sufrir ya; sobrevino finalmente un pequeño momento de felicidad (no tan) simulada: navegar, y al fin: el río, y la paz.
No quiero seguir sola, en el sentido existencial. No digo un novio y una relación-cárcel; digo, una compañia lisérgica que me acuchare, nomás.
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