Historia de ambulancias, llanto, y una psicópata suelta.
Entonces, después de que yo le ignore cinco llamadas, Madre decide hacer que se va a suicidar. Toma un par de pastillas, calculando antes cuánto: sabe (lo estudió en el curso de su carrera universitaria hace unos años) la cantidad de miligramos que resultan mortales al ser ingeridos, y sabe lo que apenas daña. Y más aún: sabe cómo manipular a los demás. Decide entonces dejar una larga carta de falsa despedida. La viene escribiendo desde hace días. Me lo confesó.
Días en el mundo del hospital público: ella se saca el suero, y se quiere ir. "No la podemos retener ni sedar. Esto es una guardia, si quiere se puede ir." Quieren que se vaya, ella molesta. Sus hijas nos vemos obligadas a soportar la tortura psicológica de tener que hablarle para convencerla de que se quede. Ella nos echa la culpa, ella nos dice cosas horrendas, ella no tiene remordimientos, ella no piensa en nadie más que en ella. Ella dice merecer mimos, ella niega el intento de suicidio, ella no sabe de qué carta le hablamos, no entiende qué entendimos (mal) como amenaza de suicidio, "pero, si fuera así, ¿yo no me merezco que me mimen y me cuiden?" Ella cae bajo. Una y otra vez. Si tus cuatro hijas ya no te hablan, si ellas prefieren hasta vivir con su padre bipolar, eso debería darte una pista de que algo estás haciendo mal. Pero no.
Recuerdo sus palabras el día de la internación de mi abuela por problemas cardíacos: "Me gustaria estar internada, que todos me atiendan."
No podemos más. Nos retiramos un rato para descansar. Mi abuela, entonces, "la ve bien", no aguanta más que la amenace con irse, y se la lleva del hospital. La desinterna, la lleva a su casa (la de mi madre), y a la media hora, se va. La deja sola. Normal total.