jueves, 30 de junio de 2011

El que ríe último, ríe...

El perro vuelve a ladrar. Suelo dormir profundo. Al punto de que aquellos que alguna vez me han conocido íntimamente, no pueden evitar caras incómodas ante mi pedido de que me despierten. Sin embargo, en épocas críticas, el menor ruido me despierta o me desvela. Como ese perro.

Tengo frío y entonces pierdo más el tiempo. No quiero salir de la cama, esta nueva cama, MI cama. Enfrente, en el gimnasio, hombres sudan frenéticamente. Yo los miro, inevitablemente, porque no tengo cortinas. No, por ahora tengo una cama. También rodillos, dos baldes, un banquito, una olla, un plato, un juego de cubiertos, y una alfombra de baño. La almohada es prestada. El problema de dejar de tener madre oficialmente es, ponele, que te vas a vivir sola y nadie te da aquel juego viejo de platos. 

Decisiones feas. Sí, ese adjetivo inutilizable. Porque no queda otro calificativo posible. Es horrible entender, finalmente, que a veces son ellos o soy yo. Que no, "no estoy interesada", es la respuesta adecuada a la psiquiatra que llama para una entrevista en las intalaciones en donde está mi hermana. Que he devenido uno de esos familiares crueles porque la vida es cruel, porque a la muerte de un ser querido la sigue, casi inevitablemente, la desición de continuar de aquellos que lo amaban. Y que me elijo. Sí. Y sé que mi hermana probablemente termine suicidándose algún día. Quizás no cercano, probablemente no, eso sería un tanto más simple. No. Pero también sé que la decisión es, únicamente, de ella. Y que mi decisión es alejarme de esa tortura que algunos, cuando me hablan, llaman "tu familia".

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