miércoles, 8 de junio de 2011

Soy gitana

"Mañana te vas", dice mi hermana. No importa si desde hace un mes y medio toda la comida la compro yo, si barro, si los fines de semana me voy. No. "Te estoy diciendo cómo van a ser las cosas: te vas", me repite. Y yo sé que no hay nada que pueda hacer para que la profunda irritación que mi presencia le produce amaine. "Me dijiste que venías por un mes y ya pasó un mes y medio". No importa que ya haya conseguido adonde irme, pero que me falte pintar, cambiar un vidrio, buscar un gasista. No. "Y vos me dijiste que me podía quedar el tiempo que quisiera, así que para qué recordar palabras que evidentemente se las lleva el viento, ¿no?". 

Fue el día 5. Ella empezó a cambiar. Porque las palabras, pienso, están casi siempre de más. Son las pequeñas acciones cotidianas las que producen un significado determinado: en este caso, andate. No importa si cuando le pregunté qué pasaba me dijo nada. Una bronca negra empezó a gestarse en ella. Ninguna trama secreta, ningún profundo e histórico recelo: rabia porque no podía verse con su novio como antes. Era esperable. Yo lo anticipaba, aunque no que el que sucediera con tanta rapidez. Y tanta intensidad. Y, menos, en este contexto de drama familiar. 

Desde entonces, desde el sábado, soy gitana.

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