sábado, 31 de diciembre de 2011

Des-balance de un año intenso

Empezaba el año y yo tenía expectativas. La vida es loca. Esa es la conclusión. Muy boba, muy simple. Como, por lo general, es la verdad.

El año empezaba y yo ponía metas: recibirme. Me recibí. Aunque solo con uno de los dos títulos que quería.

Me imaginaba, al fin, viviendo sola. Hoy, escribo esto desde un departamento en el que convivo conmigo misma y apenas algunos fantasmas. Pensaba, andá a saber, que no iba a darse como un torbellino, como se dio. Que no hacía falta llegar a dos intentos de suicidio de mi familia para irme, y que sería con alegría. Pero este año me demostró que ambas conviven, la tristeza más intensa e infinita, con la alegría más entusiasta. 

Quería coger. Mucho. Pero este año entendí que me cuesta intimar, que no quiero, no soporto, la proximidad. Ni siquiera para cogerme a alguien sin sentido, sin expectativas, como algo meramente carnal. Aprendí que apenas unos besos de un pobre muchachito pueden hacerme llorar y escapar a toda velocidad. Y digo esto, tímida, sintiéndome una forra, porque tengo 26 años y este año también entendí que, en muchos sentidos, soy una adolescente perdida.

Pero cogí. Hace apenas días, cuando mi ex, ese fantasma tan presente en mi vida, me salvó.


Los lectores de este blog hicieron comentarios. Pero después yo lo fui abandonando. Algo extraño sucedió. La mirada pesada, obstructora, de la academia, quedó algo atrás cuando, en febrero, me recibí. Conocí gente que vive el arte de otra manera, más alegre. Y me inspiró. Y empecé a escribir poesía. Porque, también, este año dejé terapia. Y me di cuenta que el camino, mi camino, el que de verdad podía salvarme de caer en el abismo, era el arte. Bueno, es pretencioso decir "arte". La poesía que leo, ahora mucho, como nunca antes, que era un ser de la trama, y también la música que escucho. Y también lo que escribo, que ya no importa si es arte o no. Que ya no importa qué es lo que sea, porque las definiciones sobran. Es lo que a mí me salva. Y es lo que me divierte leer en público, como este año, gracias a uno de esos amigos-no-amigos que funcionó como manager, como patadita en el culo para empezar, cuando me invitó/obligó a leer en dos eventos.  


Conseguí un laburo que, al principio, era interesante. Y que está bien pago. Trabajé en dos colegios, antes de eso, y dí charlas de literatura. Y hacer todo eso me divirtió, a veces me costó, a veces me aburrió.

No volví a bailar tango. A veces, dejé de sentirme sola. Otras no. Pero lo increible es que, mientras en los momentos más oscuros muchas de las personas más queridas me han defraudado, no han sabido hacer otra cosa que defraudarme, infinidad de conocidos lejanos y hasta extraños me han brindado mucho amor.


Las deudas de mi padre crecen. Exhuberantemente. Sus enredos mentales no permiten otra cosa. Pero yo entendí que no hay nada que pueda hacer. Y sí, seguí ignorando a mi madre. Salvo cuando me llamó porque había intentado, en una puesta en escena muy trucha, suicidarse. Y después, cuando la farsa fue evidente, cuando eso llevó a mi hermanita menor a intentar matarse de verdad, ya no hubo vuelta atrás. Cuando yo, cuidándola, en pañales, tuve que escuchar a la enfermera decirme que ella, la hija de puta de mi madre, le dijo que no le diera bola a mi hermana, que era una manipuladora caprichosa, ella, que dos días atrás estaba internada justamente por fingir un suicidio para manipularnos, ella, ahora, le decía eso a la enfermera que, por eso, la trataba mal a mi hermanita menor, en pañales, drogadísima, al borde de la muerte. No hay vuelta atrás.

Subí de peso. Bajé de peso. Subí de peso.

Escribí. Escribí más que en este blog. Pero también, cumpli con el desafio más grande para mí: perder el miedo a mostrarme. Y empecé a compartir lo que escribo. Y en cada lectura alguien se acerca y me comenta su entusiasmo. Y en cada amigo, hay una devolución inspiradora. Y en ese compartir, se crearon cosas muy lindas. Como reconciliarme con mi ex. Él me escribió el mail más lindo del planeta. Él me dijo que me quiere y nos vimos. Y hablamos del pasado, honestamente, como cuando ya ese otro no genera sensaciones físicas en el otro. Y le conté que, ahora, mi hermanita menor se abandonó. Que ya no habla, que se esconde de los psiquiatras, que es violenta, que no come. Y que la tuvieron que internar. Y que quise ir, recordando aquel verso de Pizarnik -no me abandones aunque yo ya me haya abandonado-. Y fui pero ella no quizo verme. Entonces me fui. Me fui de mí. Y caminé desde Las Heras y Agüero hasta La Lucila, en donde vivo. Rivotrileada, porque hacía una semana no podía dormir y por eso conseguí. Y alcohollizada, porque paré en un bar ese día, creo que era navidad, y brindé por los ausentes, por los abandonados en vida. Y por todos los espectadores de eso, todos los que no pueden hacer nada al respecto, porque uno no puede convencer a nadie de que quiera vivir, de que deje de producir un infierno a su alrededor. Entonces, yo me abandoné. Y viví, hasta ayer, drogada y alcoholizada y llorando y riendo sin mucho sentido y leyendo y caminando y cantando y vomitando la comida y, también, reconcilliándome con mi ex. No amorosamente. Reconciliándonos porque ese mail lo envió, tres años después de cortar, justo en esta coyuntura. Y yo la compartí y él quizo estar y el día en el que, como le dije riédome, vislumbré algo de lo Real lacaniano, terminé caminando en una villa sin saber dónde estaba, terminé dejandome, ese día él vino y me agarró la mano y me salvó, y después degeneró y cogimos, pero no importa, porque eso también me ayudó, me salvó. Antes, la primera vez que lo ví, me contó que está por publicar su libro, un poemario de cinco series. Una es sobre nosotros. Y me la mandó. Yo le mandé el cuento Equipo, que es sobre los dos, que hace años escribí y de hecho está colgado en este blog. Y en nuestras escrituras, ambos nos construimos riendo. Y para ambos, más allá de todo, somos el fantasma que persiste, el fantasma del amor, de la risa, de una comunidad que fue posible y hoy parece utópica. Y que quiero que quede así.

Y también este año el pibito me enamoró. Cambió las cuerdas a mi guitarra, cuerdas que estaban rotas desde que mi ex, hace tres años, me la devolvió y nunca tuve la iniciativa de cambiar. Esa noche cantamos y reímos, y yo después le escribí un poema, que él me devolvió como canción. Otro día nos dimos los besos más lindos del mundo, y otro, compartimos nuestro dolor. Hablábamos mucho, me decía te quiero, pero también que no me quería lastimar. Yo, perversa como soy, lo llevé al mismo bar que a mi ex, con un día de diferencia. Y entendí que si yo creía que no podía estar con nadie por no haberlo superado, estaba equivocada. Yo no puedo estar con nadie porque yo no puedo estar con nadie. Porque yo soy todo este dolor. Porque yo, detrás de la ternura, los kilos y el constante show de stand up casero que improviso día a día con toda persona con la que interactúo, detrás de eso, me define, me determina, el dolor. El gran dolor de la familia ya imposible de tener que tengo. Y eso, yo, no se lo puedo contar a nadie. Y entendí, comparándolos, que el pibito me hacía temblar, me erizaba la piel, me daba ganas de coger desenfrenadamente y con la potencia, como me dijo el día que me cogí a mi ex, con la potencia con que vivo el sexo. Y que con mi ex no.

Y entonces, concluí, no cabía más opción: se aproximaban los laureles; o la irremediable tristeza infinita que lleva aparejado querer a alguien: perro, esposa, hermano.

Yo le dí espacio y tiempo. Yo disfruté del pibito. De ser adolescentones, de coquetear, de esperar. De gozar de la inquietud y la intriga de la espera. Yo me asombré de que al fin, había pasado. Y alguien, de nuevo, me gusta(ba -?-) Después, ayer, todo resultó insostenible. Porque la calesita un día tiene que frenar. Porque marea, aburre, da ganas de vomitar. Entonces, le abrí mi corazón. Y él, con náuseas, me respondió ambigüedades, me dio un beso y me dijo que no, me hizo por un momento sentir que vivía en una película de ciencia ficción, después me confesó que sí, que existe esta conexión, pero después me dijo que no era el momento (parece que hay momentos), que se le fue de las manos. Y que no. Que algo le dice que no, que mejor no. Yo le dije que no me podía bajar del auto así, hasta que no me dijera algo con sentido, una explicación que me hiciera creer que no es un forro, que no jugó perversamente con mis sentimientos, que me dijera algo que hiciese que, después, podamos seguir siendo amigos. Pero sigo esperando. 

Para el año que viene espero, solo, sobrevivir. Si es con alegría, mejor aún.

Feliz año para todo aquel lector que, prevenido ya del melodrama que caracteriza a este blog, lo lee y lo disfruta igual.



2 comentarios:

Pao. dijo...

Soy asidua lectora de tu blog y me encanta leer lo que escribes. Ahora me he quedado con una duda, me encantaría leer el cuento "Equipo" del que hablas, pero no lo puedo encontrar en tu blog.
Muchos saludos y que tengas un lindo año.

Bloody Mary dijo...

El cuento está acá: http://tragediashormonales.blogspot.com/2009/10/equipo.html

Feliz año para tí, también!