jueves, 30 de julio de 2009

AGOSTO

¿Cómo ahuyentar las previsibles identificaciones imaginarias ante una obra que no trata sino de una familia patológica? SOY MERCEDES MORÁN. Ese es -y será- EL drama de mi vida. Sí, sí, sí: Sres. Psicoanalistas, debo "despegarme de mi familia", "hacer mi propia historia", bla bla bla. Eso es lo maravilloso de esta obra: presenta una mirada lúcida, que identifica la figura del perturbado (brillante actuación de normita), con la figura "del que se hace cargo" - se hace cargo de encauzar la locura del otro (mercedes morán, una genia)-. El primer acto cierra con una escena violenta que impele a la hermana mayor, esa que había logrado irse, a volver, asumiendo a gritos "ahora estoy a cargo YO". Pero la obra termina cuando su propio desmoronamiento se vuelve patente: tampoco ella puede sostener la familia que había conformado, ésta ha huido despavorida; ella también pasa sus días en bata, consumida por un delirio violento, tan fuera de sí como su madre. Yo soy otro: YO DEVENGO EL LOCO. La reciprocidad y la imposibilidad de tomar distancia una de otra evidencian una estructura enferma que ha coagulado ya de modo irreversible. Ninguna puede salir de la posición estructural que ha asumido. Lo intentaron, y lo intentarán: y aunque el horror las separe al final, la obra se encarga de insistir -torturantemente- en esa imposibilidad. Ése es el karma de la hermana mayor: la que todos saben "preferida" de sus padres, esos seres enfermos y enfermantes, la misma a la que pedirán ayuda y enfrente de la cual montarán sus más impresionantes escenas de desesperación y mortificación para que ella LOS SALVE.
YO NO QUIERO TENER HIJOS; PARA HIJOS, YA TENGO A MIS PADRES.

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