sábado, 26 de diciembre de 2009

Adiós al empleo

Trabajo en un lugar muy paquete de shanishidro, vendiendo muebles chinos claramente sobrepreciados, que se desmoronan al primer rasguño. A las clientas (son mujeres en un 95%) eso no parece importarles: los llevan como piezas decorativas, no funcionales. Hace tres años y monedas que estoy ahí. Son pocas horas y es bastante solitario, me permite estudiar y leer mucho. Pero el 31 del corriente dejo de trabajar ahí. Hay muchas cosas extrañas que me pasaron y muchas otras que voy a extrañar, paso a enumerar: - Que una clienta comente cómo ha encargado libros por metro para rellenar su biblioteca. - Que una clienta me pregunte: "¿De qué raza sos?" - Que muchísimos clientes crean razonable que les entregue muebles sin que me los hayan pagado previamente: ¡cómo oso pensar que ellos, tan bian, tan guitudos, no me los van a pagar! - Que una clienta me diga "¿me vas cobrando?", yo me dé media vuelta y ella me dé una palmadita en la cola. - El barrio aledaño al hipódromo, los studs que rodean el local, los caballos que circulan por la calle todo el tiempo, el olor a bosta y las moscas imposibles de erradicar. - Caliva, mi amigo cuidador de caballos, confidente, consejero, compañero de almuerzos y charlas impagables. Que me tire una fija, bueno... eso lo va a seguir haciendo... - Mi jefe, un colgado increíble: el año pasado, por ejemplo, hicimos la cena de fin de año en mayo. Eso lo resume bastante bien. - Desenvolver las cajas cuando llegaba un container. El suspenso y la emoción de la novedad que eso implicaba, sentir que abría regalos. - La vergüenza al intentar envolver regalos: en tres años no hice ni un paquete decente. - Almorzar en el pasillito central, con mis hermanas que me visitaban y/o Caliva. - Hacer videos en el local y sus alrededores. - Decorar y redecorar todo. - Los vecinos medio mafiosos, supuestamente piratas del asfalto, que funcionan como ley barrial: cuando hay lío, salen armados a apaciguar. - Los personajes del barrio: el borracho (va, murió este año de cirrosis creo), el gaucho viejísimo que curaba las muelas de palabra, el gordo de enfrente que se peleaba con la ex a los gritos en la vereda. - Que el flujo de clientes fuera tan escaso. Que haya días en que no venía ni uno. - Que nadie me rompa las bolas, y sentir, en el fondo, que estaba cumpliendo mi sueño: que me pagaran por leer.

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