martes, 29 de diciembre de 2009

me arde, me quema

Esquivando a unas niñitas de 10 años -aprox.-, me caí de la bici. Debo admitir, también, que las tuve que esquivar porque antes había hecho una maniobra que las puso en peligro. Me tuve que tirar, y me hice tortita! Pobres rodillas, no tenía moretones así desde que era chica. Como no puedo evitar el drama, fui a una guardia. Cuando un médico clínico me dijo que tenía que ver a un traumatólogo porque quizás tenía "agua en la herida", y mencionó palabras tales como "edema" y "crosta", inmediatamente me bajó la presión. Cuando se me nubló la vista, entendí que, como tantas otras veces, estaba al borde de un ridículo desmayo. Me llevaron en silla de ruedas a una habitación, un enfermero divino me atendió como si estuvieran a punto de amputarme un miembro, y, humillada, vi cómo dos nenas de 12 años se bancaban, cagándose de risa, que les cosieran unos puntos en la cara. De chica, cuando me escondía de mis padres para evitar ser vacunada, pensaba que de grande, de algún modo, iba a superar la impresión que el cuerpo me da. Pero no. Conscientemente permanezco inmutable, pero me sigue habitando la nena que no quiere quedarse a presenciar ninguna herida ni pinchazo. Y la muy turra lo logra.

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