martes, 15 de diciembre de 2009

¿Sacaste la basura?

Hasta hace dos días, al costado de la viejísima heladera verde de mi cocina, había una bolsa de esas negras de residuos, una bien bien grande, llena de, creo, botellas de plástico. Su finalidad no tenía ningún tinte verde, no se trata de reciclar. Al lado de ella, cajas de pizza de quién sabe cuándo, y cartones varios, muchos con esas manchas de aceite que se les impregnan y restitos de comida que quedaron pegados. Hace poco empezaron a aparecer cucarachas en la cocina, yo les avisé, "laven los platos". Pero no hay caso. Me cuesta mucho desnaturalizar ciertas situaciones cotidianas. Tardo en darme cuenta, todavía, de que las explicaciones de mi padre no tienen sentido. O, siendo acaso benevolente - quizás indulgente-, digamos que sus razonamientos son tan peculiares que sólo él puede seguirlos. Después de lo que entiendo fueron dos meses, me decidí a preguntarle por aquella bolsa que se había instalado tan plácida e inquebrantablemente en nuestra cocina. Me dijo "son botellas". Nada más. Recuerdo que las veces que aplasté alguna y la tiré al tacho, me atajó con urgencia: "no la tires ahí. dejala al costado" Iban, todas, a parar a esa bolsa. Tenemos un repasador con un calendario. Está medio viejito, pero se la banca. Arriba, en caracteres enormes, dice "1967". En la cocina, además, hay un cajón que únicamente contiene paquetes de cigarrillos vacíos en los que papá suele tirar las colillas de esos tres atados diarios que fuma. El cajón apesta. Cuando mi abuela murió, papá se volvió a instalar en esa casa que era la de su infancia. Nos dio la oportunidad de poder convivir con él (y de, finalmente, escapar de mi madre). Las cajas llenas de papeles inútiles y dios sabe qué que trajo consigo permanecieron en el ambiente más grande de la planta baja por un año. Él no quería que nadie tocara sus cosas. Él, decía, las iba a ordenar. Algún día. Cuando entrabas en casa era lo primero que veías. Un living -comedor enorme, lleno de mierda. Y uno se acostumbra. Pero yo iba a "tener visitas". J., una gran amiga, emigrada a la madre patria, volvía por unos días. y yo me moría por convivir con ella. Le dije a papá con anticipación. Le dí dos meses. Pero las cajas seguían. J. llegaba un lunes. El viernes lo amenacé. Él pareció entender. El domingo por la noche, lo confronté por veinteava vez durante ese fin de semana. Como todas, me respondió: "en un ratito". Cuando, de noche, ya no había más ratitos, me enojé. Mucho. Pero él tuvo que admitir: "no puedo". - ¡¿No podés mover unas cajas del living al garage aunque sea?! - No, no puedo. Me miró de una manera. No se puede describir. Cuando me enteré de que mi padre era (es) bipolar fue, a la vez, un alivio: al fin las cosas tenían una explicación; pero, también, una angustia aguda, y sentir que tenía que volver a aprender TODO. Que ahora no me podía enojar con él, que debía perdonarle los golpes pasados, las negligencias de siempre, las perversiones. Hace poco noté un "síntoma" (¿con o sin comillas? en esa decisión se cifra un posicionamiento tan fuerte, que prefiero ni pensarlo). Ya había entendido hace mucho que él posee problemas para articular un discurso: cuando está deprimido, le cuesta mucho hablar, hilar frases, terminar oraciones. Cuando está maníaco, el discurso prolifera de modo inagotable. Es frenético, caótico. Vanguardista diría. Es como un potus chomskyano que no para de crecer, que se ramifica hacia cualquier parte. Pero ahora noté que esa dificultad organizativa también se traduce en términos espaciales: el caos debe reinar por todas partes. El cajón de cubiertos tiene, sabemos todos, por practicidad, tres divisiones. Papá las emplea de modo particular: cuchillos (serrucho, esos que se acaban en seguida y de untar), tenedores, y cucharas sopera CON cuchillos sin filo. Encontrar algo para cortar es un quilombo. Papá no puede desechar nada. Y no lo hace con un afán previsor. No lo hace y ya. Mi casa está llena de cosas obsoletas. El otro día mi hermana me comentó que había encontrado cuatro cajas de verdulería y un neumático en la galería: pero no tenemos ni parilla ni auto. Mi casa está llena de cajas, parece que alguien se acaba de mudar. Y mi abuela se murió en el 2003. Siete años. Me cuesta mucho desnaturalizar ciertas situaciones cotidianas. Pero el otro día me dí cuenta de que no tengo por qué aceptar fantasmas ajenos. - ¿Sacaste la basura? - No. - Dejá, la saco yo. ---------------------------------------------------------------------------------- Ayer soñé con mi psicóloga. Falté a la última sesión y prometí llamarla durante el día pero se me pasó. A mi inconsciente, evidentemente no. Hoy fui a terapia y le comenté que había soñado con ella. Me hizo desarrollar. Le dije que estábamos en una casa y yo notaba que ella también juntaba bolsas con basura y no las tiraba más. Ella no veía nada malo, pero yo le advertía. Antes, le comenté la idea de mi último post: en terapia no paro de hablar de papá, en mi blog de mi ex. Su lectura fue que si por un tiempo yo debía llevar las bolsas de basura a terapia, eso estaba bien. Creo que la idea es que hay que sacar la basura para hacer lugar. Quizás, por abajo, detrás de tanta mierda, encuentre algo mío.
Aunque sea, al menos, una botellita de 600.

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