sábado, 10 de julio de 2010

Buenos Aires, 10 de julio de 2010.

Querido Manuel:

                         Quizás el dejar todo para último momento no sea un suicidio académico ni mera estulticia. No. Creo que no quería releerte porque analizarte "críticamente" es matarte un poquito. Como que esa sensación que tuve al descubrirte y tener que leer tu obra toda toda de corrido no cabe en una monografía. Y llegó, hoy, recién, el momento de la resignación. Hay que afrontarlo. No puedo dejar para más tarde la relectura instrumentalizadora; y temo, querido, sentirme sucia después.
 
                       De chica, no sé, tendría dieciséis, me ponía mi mejor remerita para recibir al profesor de guitarra en casa. Cómo me gustaba. Y fue tan feo como terminó. Yo tan ilusionada cada semana... y él, él un día dejó de venir. Ni me avisó. Así, sin más, desapareció. Y yo, tímida, como siempre, ni lo llamé. Nunca. Pero me hace acordar todo esto porque recuerdo cómo, cuando me enseñó la única canción que todavía puedo tocar de memoria (pero todavía igual de mal, y... ¿qué querés? Si no tuve más clases después...), decía que cuando finalmente la pude tocar, todo el placer de escucharla se perdió para siempre. Podía entenderla, sí, pero sólo podía hacer eso: únicamente escuchaba cómo se tocaba, distinguía claramente las dos guitarras, y me imaginaba cómo se movía la mano del guitarrista que tocaba lo que yo también debía tocar. Y la dejé de escuchar. Y era mi favorita. Pero se había arruinado. Bueno, y así. No quiero leerte y arruinarte.

                      Bueno Manuel, te dejo porque se me enfrió el té por segunda vez y, como sabrás, papá no quiere comprar un microondas y yo, con el sueldito de maestra no hago más que pagar deudas, así que me la paso calentando agua para rellenar la taza, me la paso tomando tés cada vez más aguados. Espero que estés bien, no haberte aburrido, y escribime alguna vez.

Un cariño fuerte fuerte,
C. 

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