jueves, 19 de septiembre de 2013

Olor a ennui y chivo

Tengo olor a depresión, a chivo. Recién, cuando fui al baño, me limpié, me paré y me subí el short. No tengo bombacha porque engordé tanto que me aprietan todas, entonces dejé de usar. Corrió una gota de pis por mi pierna, me habré limpiado mal.

Hoy no fui a trabajar. Hace días que nada tiene sentido y que lloro inmotivadamente. Frente a la computadora mientras hago una solicitud de gastos, en el tren mientras voy a la oficina, en mi casa, en el baño, en mi cama. Higiene sanitaria: hoy no fui a trabajar.

Leer a Levrero: lo único que me da potencia. Lo único que reaviva algún entusiasmo. Una suerte de paradoja, Levrero, su narrativa, o la que me toca, la autorreferencial, habla de eso: de la impotencia, de la imposibilidad de cambiar.


Ayer soñé con mi ex. Estaba muy flaco por las drogas (lo que, creo, es real). Pero además tenía la cara llena de pústulas espantosas. Estaba entregado a las drogas y la muerte. Teníamos sexo pero parábamos porque yo le reprochaba que me daba cuenta que él no me quería abrazar. Discutíamos, siempre con él todo pasó por la retórica. Afectos contaminados por figuras  del lenguaje, ¿florituras? Pero nos queríamos de verdad, aún en su egoísmo ciego y en mi desesperación permanente. Yo quería seguir cogiendo, en el sueño, pero él se escapaba, quería drogarse, íbamos al baño. Tenía una suerte de círculos de polvo blanco compacto, que se desenrollaban para formar una línea perfecta. Era MD. Me daba una, y otra que iba creciendo como un metal o hielo que se esparce. Lo tomaba y no sentía el efecto. Le veía la cara y entendía toda la oscuridad bajo esa resplandecencia que últimamente emana, entregado a las fiestas y las drogas y un aparente éxtasis de felicidad.

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