sábado, 23 de febrero de 2013

Disforia existencial

La inminencia de una tormenta me alivia, como si tuviera sed. Realmente estoy viviendo una tragedia hormonal: como un pollo inyectado, se me atrasó y una depresión feroz se apoderó de mí. No ayuda, no, no tener trabajo, ni rutina, ni la capacidad de autoregular mis horarios y actividades y no incurrir en la desesperación, el insomnio, el aburrimiento, la desesperanza. Es curioso: apenas renuncié, tuve una entrevista y me confirmaron muy pronto un nuevo trabajo. Todo el mundo, claro, me felicita, me envidia este febrero de ocio pero de tranquilidad porque la incertidumbre laboral no debería empañarlo. Sin embargo: sufro. Soy una sufridora. Me gusta la oficina, me gusta sentirme obligada a levantarme temprano y que el trabajo me canse y me ayude a dormir. Si no voy a una oficina, estoy todo el día en la cama, perpleja.

Me deja perpleja, lo primero que me deja perpleja es, a la mañana, apenas tomo consciencia de que vivo, soy yo, estoy en este mundo, es la pregunta inevitable: ¿qué voy a hacer hoy?

¿Cómo voy a hacer para que el tiempo PASE?

Me angustia esa idea, por más planes que tenga para el día. Es como si fuera difícil que el tiempo pase.

Otra cuestión interesante es la relación con los otros. Los otros no suelen entender el insomnio. Huyo de sus invitaciones a quedarme a dormir: no entienden la angustia que me provocaría estar en SUS casas, con ellos completamente dormidos, gozándome, y yo despierta, incómoda, sin escapatoria del hecho de que NO puedo conciliar el sueño. Pero, también, es horrible como estar con los otros, que suele ser la mejor escapatoria al no-paso-del-tiempo, dejó de tener efecto. Estoy con los otros y pienso, para dentro, compulsivamente, "¿cuándo me voy a poder escapar? ¿qué digo para irme? ¿por qué me quiero ir si no tengo NADA mejor que hacer?".

No hay comentarios: