jueves, 14 de mayo de 2015

Me había olvidado que tenía un blog. Qué bueno que me acordé.

Me costó recordar la dirección. Lo logré. Qué bien leer todo esto. Entenderme. Ver el germen de cosas por venir, ver el fin de otras,  entender que lo importante quizás no era lo que estaba en primer plano, lo que pasaba por detrás hoy quizás tiene un lugar importante y, ponele, el pibito fue.

Me enteré, porque la vi a mamá, que mi abuela también usó el suicidio como arma de manipulación. Se hereda, se ve. El significante muerte que me recorre, con pasión. El cansancio porque la pelea fue siempre, desde que nací, poder tener ganas de vivir.

Papá me contó que mamá tuvo depresión postparto. Qué él venía a ver cómo estaba yo de bebé, se escapaba de la oficina, y venía a verme. Y siempre, a pesar de su violencia, sentí su incondicionalidad. Mi aliado desde la cuna. Y siempre, también, debo haber sentido el desgarro del rechazo de mamá. Su desamor.

Y heredé su ansiedad y su angustia y su tendencia a victimizarse. Pero lo estoy trabajando.

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